miércoles, 19 de agosto de 2015

La vida como un mandala


Llevo meses dándole vuelta al asunto de la renuncia y la perseverancia. Miento, llevo más que meses, años, verdaderos años pensando en si las decisiones tomadas fueron las correctas, renunciando, o si en su lugar debí haber seguido adelante, explotando las posibilidades hasta que de plano ya no se pudiera más, ¿hubiera podido saber cuándo no se podía ya más?

Sé que renunciar es sano. La gente lo dice, incluso. Si estás en una relación dañina con alguien, te enseñan que debes irte y soltar. Si sufres, te aconsejan que te alejes. Pero ¿no se han puesto a pensar que quizá el sufrimiento es un medio y no un fin? Yo sufro por prácticamente todo, tanto por la renuncia como por la perseverancia, por todo. Y sobre todo porque nunca sé el momento ideal en que debo seguir o dejar de intentar. No sé si ciertas cosas valen la pena a pesar del sufrimiento, no sé si ese sufrimiento servirá o si es mejor alejarse por completo. Sufrí en mi tesis, ¿lo correcto hubiera sido dejar de sufrir y no hacerla? Creo que no es tan sencillo. Como sea no termino conforme, si renuncio me la vivo pensando que no debí renunciar; si continúo, no dejo de imaginar el dejarlo.

Los monjes tibetanos hacen mandalas con granos de arena de color, los delinean y forman con todo detalle y precisión. Su labor es ardua, la hacen con esmero, con minuciosidad. Una vez que los terminan proceden a deshacerlos, así, en toda su perfección. Esto nos enseña que todos los esfuerzos son vanos, que los logros son efímeros y sobre todo, que hay que aprender a vivir con ello, porque la vida es así.

Suelo predicar que lo mejor en la existencia es no tener arrepentimientos; pero eso es una falacia enorme. Hay ciertos eventos en mi vida -y en la de todos, seguramente- que son cruciales para marcar direcciones y acontecimientos futuros en el recorrido vital de todo mundo. Y esos eventos son tan significativos que prácticamente aseguran el que le sigue de la forma en que le sigue. Yo suelo pensar en la posibilidad de cambiar esa pequeña decisión, que en ese momento fue insignificante pero hizo que mi vida se dirigiera hacia un rumbo muy concreto.

Estoy segura de que si no hubiera dejado de bailar a los 12 años no me hubiera convertido en una adolescente obesa (y una adulta obesa, como lo soy ahora). Estoy segura de que si no hubiera ido a estudiar a Guanajuato mi vida ahora sería muy distinta, por un montón de razones. Pero uno decide así como se van presentando las cosas, y uno no debería tener tanto conflicto al respecto. Debería pensar todas mis decisiones como monje tibetano y dejar de clavarme tanto. Pero me resulta imposible.

Tengo arrepentimientos. Vivo pensando en la posibilidad alterna. Qué sería ahora de mí si en lugar de salir chillando del gimnasio hace cinco años, para nunca regresar, hubiera continuado, qué tal si en lugar de correr dos semanas en el parque de Santiago, lo hubiera hecho por cinco meses, cómo sería mi vida si hubiera entrado al Colmex a hacer un doctorado, cómo saber si hubiera sido más o menos miserable de lo que fui en la maestría. Creo que hay decisiones que pesan más que otras, y quizá la gente normal no piensa tanto en la alternativa, pero yo suelo hacerlo frecuentemente.

La vida entera es de disyuntivas, lo sé. No hay planes perfectos, ¿existen las decisiones correctas, acaso? Si no me preocupara tanto, podría obviar muchas disyuntivas o elegir algo así sin tanto drama; se me complica. Las decisiones son importantes. Y en muchos casos ni siquiera las tiene que hacer uno, sino que las circunstancias se encargan de ello. Hace muchos años me dijeron esto, que me parece muy sabio: "Elegir algo es renunciar a lo demás". Días después esa persona no me eligió a mí para ser su compañera de vida, me renunció con la mano en la cintura, diciendo "no eres tú, soy yo"; ese tipo de decisiones marcan nuestras vidas, lo que él eligió marcó la mía, en ese momento no tuve siquiera la oportunidad de renunciar a las cosas, él dejó que las cosas me renunciaran primero. Y aunque lo sé y lo entiendo perfecto, no dejo de pensar en la alternativa, cómo sería yo ahora, si él me hubiera elegido a mí.

También está el tema de elegir algo para lo que no sirves... pero esa ya es harina de otro costal. Suficiente tengo por el momento con el drama de elegir; por ejemplo, he elegido que quiero ser escritora, pero el plan no me ha salido como lo diseñé en mi cabeza (así pasa siempre, supongo, pero me azoto). Eso y cómo saber en qué momento cambiar de decisión, elegir otra cosa para dejar de esperar frutos de plantas estériles. No dejo de pensar en qué tal que debí renunciar a esto y a persistir en esto otro, ¿estaría mejor? Y nunca saberlo.

Insisto, conviene pensar la vida como algo tan intrascendente que elegir una u otra cosa no sea punto de conflicto, entender que cualquier lado de la moneda es igual de efímero. ¿Por qué me cuesta entender eso? Algunas cosas me hacen una gran claudicadora y otras una necia ejemplar, cómo voy a saber si estoy tomando la actitud correcta ante las cosas correctas, ¿existen las cosas correctas? Es mejor pensar la vida como un mandala que uno hace y que uno mismo debe destruir. Y acostumbrarse a que así es el asunto.

En fin, por el momento sólo debo decidir si seguir yendo a la terrible clase de acondicionamiento físico o no sé qué diablos, que me hace sufrir y chillar a la mitad, viendo cómo al profesor le importa un carajo, y perseverar en espera de un bien mayor; o bien, renunciar, renunciar como renuncio a cosas que quizá son importantes. No sé.

Music on: Matisyahu - For you
Quote: "Desconfía del que ama: tiene hambre, no quiere más que devorar". Rosario Castellanos 
Reading: El amor es hambre - Ana Clavel