martes, 29 de noviembre de 2011

Nunca más

Other friends have flown before,
on the morrow he will leave me
as my hopes have done before
Edgar Allan Poe



1.
¿Y cuántas lunas más antes de que tus pasos dejen de acompañar los míos?
Así como sé que la plenitud
es sólo el inicio de la nostalgia
estoy segura de que esas lunas
observadas a placer por mis nebulosas cuencas
ya han sido demasiadas.

Soy realista,
viajando falaz entre los túneles del tiempo
espero el oscuro momento en que dirás que no
para convertirme en la estatua que llora sal y nunca muere.

Mientras tanto
—y ya que jamás niego que soy irremediable—
sostengo tu silencio
y espero, cansada
el más diminuto sobresalto
que me muestre algo más que tu espalda.

2.
Cierto que de esperar me he acostumbrado a tu extraña ausencia
porque estás a mi lado
y aún te desmoronas con una lentitud lastimera.
Espero lo peor mientras a veces
te empeñas en hablar
y en tu palabra primitiva
sin que lo sepas
sostienes fuertemente mi espera.

3.
Pero sucede que también temo que digas que sí.
Gota a gota diluida entre mis órganos, huyo a la verdad más simple,
a que de tu garganta se escape
la canción crónica
que imite al cuervo ominoso que no sabía otro parlamento, siempre igual.
Porque sí
es una esperanza pesada que me acompañará pintando de ilusión todos mis deseos.
También temo que de pronto digas que sí.

¿Cuántas noches más despertará mi oído ante tu fantasma?

Resplandece la melancolía entre pálidos desiertos.
Del insomnio rezagado tejo sombras en la cabeza del tiempo,
con las flores en la estancia hundo el alma sin voluntad por el recuerdo.

Hoy las moscas siembran su nostalgia en la planta de mis pies.
No sé si es la distancia la única y verdadera guadaña del anhelo
o si acaso es la muerte,
la muerte que es igual a la luna —cercana, mutable, definitiva—
la muerte la que invade poco a poco el corazón desencantado,
la muerte que no llega cuando la llamo,
la verdadera artesana de la tortura.


Music on: Another world - Antony and the Johnsons
Quote: “Lo que te estoy escribiendo no es para leer, es para ser.” Clarice Lispector
Reading: Río subterráneo - Inés Arredondo

jueves, 24 de noviembre de 2011

"Porque la idea de un fin es intolerable para mí"

A veces no encuentro manera de decir, el llanto se me va para adentro, ya lo he dicho bastante, pero es verdad, pocas veces lloro ya hacia afuera… hoy no quiero decir, porque decir no siempre salva, hoy quiero que otros digan por mí y callar hasta tragarme todo el llanto en el precioso silencio... Me aterra el ciclo que no deja de repetirse, me cuesta trabajo imaginar a Sísifo feliz.

Me he tomado unas libertades poéticas, básicamente de cambio de género, pero así tal cual, que el escritor admirado, el que sí sabe escribir, Henry Miller, lo diga por mí.


Cuando me dejó, fingía, o quizá lo creyese, que era necesario para nuestro bien. Yo sabía en el fondo de mi corazón que estaba intentando librarse de mí, pero era demasiado cobarde como para reconocerlo. Pero, cuando comprendí que él podía prescindir de mí, aunque fuera por poco tiempo, la verdad que había intentado desechar empezó a crecer con abrumante rapidez. Fue más doloroso que ninguna otra cosa que hubiese experimentado antes, pero también fue curativo. Cuando quedé completamente vacía, cuando la soledad hubo alcanzado tal punto, que no podía aguzarse más, tuve de repente la sensación de que, para seguir viviendo había que incorporar aquella verdad intolerable a algo mayor que el ámbito de la desgracia personal. Tuve la sensación de que había dado un cambio de rumbo imperceptible hacia otro ámbito, un ámbito de fibra más fuerte, más elástica, que la verdad más horrible no podía destruir. Me senté a escribirle una carta en la que le decía que me sentía tan desdichada por haberlo perdido, que había decidido empezar un libro sobre él, un libro que lo inmortalizaría, dije que sería un libro como nadie había visto antes. Seguí divagando extáticamente y de pronto me interrumpí para preguntarme por qué me sentía tan feliz. Al pasar bajo al sala de baile, pensando de nuevo en este libro, comprendí de repente que nuestra vida había llegado a su fin: comprendí que el libro que estaba proyectando no era sino una tumba en la que enterrarlo… a él y a mi yo que le había pertenecido. Eso fue hace algún tiempo y desde entonces he estado intentando escribirlo ¿por qué es tan difícil? ¿Por qué? Porque la idea de un fin es intolerable para mí.

Music on: Black mirror - Arcade fire
Quote: "Seré todos o nadie. Seré el otro que sin saberlo soy, el que ha mirado ese otro sueño, mi vigilia." Jorge Luis Borges
Reading: Un soplo de vida - Clarice Lispector

martes, 15 de noviembre de 2011

Silencio



El silencio es esa respiración del mundo que no hemos entendido pero sí escuchado, algunas veces, hace tanto… cuando este mismo mundo parecía más sincero, más aprehensible, más abierto. El silencio se quedó conmigo después de un adiós no dicho, es esa sensación que yo sigo teniendo y que tú perdiste hace mucho. Creo que es lo que me hace ser yo, todavía yo, ese yo que muchas veces está luchando por no confundirse con el resto.

No es que me haya arrepentido, no. Pero es difícil convertirse en silencioso espectador de lo inasequible. Es complicado quedarse anclado en un mismo punto, poder ver el fin a unos metros de distancia y luego estar en el fin, y cuando digo es estar es eso, estar, quedarse ahí, nada más. Y todavía más difícil es ver y ver y no poder cerrar los ojos, ver cómo estoy yo sola en el fin mientras tú ya estás inaugurando otro principio.

Me engaño a mi misma todos los días, ya sabes, tal vez para no enloquecer y para no tener que ver lo que no he acabado de comprender y que nunca comprenderé. Me engaño y muchas veces tengo éxito al creer esas mentiras, verdades inventadas que vienen a convertirse en todo lo que puedo ser y tengo que ser para seguir adelante (adelante, siempre, porque aunque quiera, el atrás tampoco es posible, porque el mundo, desgraciadamente, es real).

El fin es eso que debería conocer muy bien, pues ya he estado ahí mucho tiempo; sin embargo no deja de lastimarme mi pasividad y mi falta de acción. Cierto que no soy capaz de luchar, de gritar, de moverme. Es una sensación extraña, como un escalofrío eterno, algo que si pudiera nombrar lo llamaría “nostalgia absurda”, es como llorar no por un tiempo ido que no volverá sino por uno que sigue transcurriendo pero se sabe insalvable desde siempre, desde antes de acontecido.

Por eso regreso al silencio, mi refugio, guarida, principio y fin; ahí me escucho ser al lado del mundo que recuerdo, en el instante de la respiración inmóvil soy todavía lo que quiero y no existen más cosas que las cosas propias, pensadas por mi cerebro, órgano precioso que si todavía existe es porque no lo he dejado salir de este espacio. Hablar no sirve de nada, escribir es sólo una terapia que ayuda a sosegar el grito y prolonga la mentira, bendita mentira.

Esta noche respiro con el mundo, me debo a la falta de palabras, reduzco el recuerdo a un paisaje impresionista, desvanecido, de lo que no existe pero es bello. Callo. El silencio prescinde de absurdos (no te contiene); tampoco necesita entendimientos ni requiere de la luz.



Music on: Field below - Regina Spektor
Quote: "porque nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio" Clarice Lispector
Reading: Un soplo de vida - Clarice Lispector

martes, 8 de noviembre de 2011

Rosa a media noche

Tienes tantas ganas de no dormirte que te aferras a mirar la ventana vacía, Rosa, ¿me escuchas? le decía el marido que se retorcía de dolor en el lecho cercano en donde sudaba frío y no conciliaba el sueño. Tienes tantas ganas de no regresar conmigo, pensó, y luego dudó si acaso sólo había pensado o si sus labios temblorosos y secos habían externado el pensamiento.


La situación era la misma desde hacía unas semanas: por una razón que Joaquín no alcanzaba a entender, su esposa se levantaba puntual a la media noche a ver hacia la calle desierta. A veces parecía que lloraba con sus ojos grandes y oscuros que ya no le funcionaban bien. Miraba estática e inmutable hacia un vacío quizá poblado por sus sueños; raras veces hablaba al marido, y cuando lo hacía era como si se dirigiera a otra persona o, más extraño, como si hablara con el de hace treinta años, no al que yacía junto con un dolor constante en la espalda y las piernas. No a ese, aunque fuera el mismo pero diferente por el paso de los días.

Rosa y Joaquín se habían casado hacía treinta y cinco años, ahora el peso del tiempo se cernía irremediablemente sobre los dos, no sólo en las arrugas y los cabellos canos, sino en el tedio de mirarse las caras y encontrar muerta la esperanza de regresar a amarse. El día de la boda Rosa estaba radiante y convencida de que todas sus amigas envidiaban su condición. Los padres de ambos se mostraban contentos. Los jóvenes se casaron en una iglesia de las afueras de la ciudad. Ahora la familia de ambos había muerto o mudado lejos. El matrimonio nunca procreó hijos, cosa que la gente desde un principio auguró como el inicio de su desgracia. Rosa y Joaquín tan sólo contaban con la compañía única del otro, así había sido por mucho tiempo ya, un tiempo pesado y doloroso que regresaba sobre sí mismo para burlarse de su tristeza.

¿Por qué no me contestas? Rosa, vente a dormir, ¿qué haces? Decía Joaquín cada que al despertar a causa del dolor, la veía allá en la ventana, inmutable, callada, muy alerta. Ella usaba vestidos de algodón de color claro y el cabello lo recogía de vez en cuando en una trenza que parecía no crecer más. El rostro de Rosa se iluminaba a la mitad con el farol de la calle en una postura inerte, así, asumía el semblante marmóreo de una estatua antigua maltratada por el tiempo. Rosa, ¿qué tanto miras afuera? Y las respuestas de Rosas eran nulas, su esposa era un fantasma que ya no hablaba.

Esa manía de mirar la ventana a la media noche le había surgido a Rosa una mañana de junio cuando despertó agitada y llorando por haber soñado algo aterrador. ¿Qué te pasa?, le preguntó Joaquín. Con vos imperturbable le contestó: Tuve un sueño horrible, nada más: Estábamos como muertos los dos y un montón de hormigas negras se comían nuestros cuerpos, pero no estábamos completamente muertos, porque sentíamos; yo quise gritar y no pude y las hormigas se me metieron en la boca. Rosa suspiró con un poco de alivio y resignación. Ojalá pudiera dejar de soñar porque mis sueños son una broma muy cruel, dijo en un susurro con los ojos húmedos y la voz quebrada que esperaba una respuesta solidaria de su compañero en la cama. Pero Joaquín no prestó atención. Sufres porque les pones mucho interés, le dijo, yo sueño cosas horribles todas las noches y no me despierto llorando, replicó enojado mientras le daba la espalda. ¿Qué sueñas tú? le preguntó Rosa, buscando aún el mínimo roce de empatía con ella. Sueño lo que sueñan todos, todos los que todavía estamos cuerdos.

Los años de compañía, en lugar de acercarlos, los había alejado abismalmente, sin embargo, en ellos existía una nube de certeza que les decía que no podían dejarse. Calladamente sabían que sus vidas no tenían sentido sin el otro cerca, aunque la cercanía también representara la distancia y con esto una soledad más insoportable. Lo único que se atrevían a afirmarse, cada uno para sí mismo, era que ya era demasiado tarde para todo lo demás. Ambos callaban al respecto. Hacía años que esas reflexiones se habían convertido en un secreto y el silencio era el cómplice cotidiano de una convivencia pacífica y aparentemente desinteresada.

Esa mañana, en la revelación de junio, como Rosa llamaría después a ese evento que la hiciera despertar en lágrimas, el matrimonio no habló más al respecto de los sueños. Entonces Rosa decidió que ya no quería dormir. Al llegar la noche se acostó a la hora habitual: las diez en punto, pero no quiso cerrar los ojos. Se quedó inmóvil a ratos, luego tuvo momentos de inquietud y angustia. A las doce se levantó, jaló con cuidado la silla de madera en la que Joaquín se sentaba a leer el periódico y la llevó a la ventana. Miró la eternidad a través del cristal sucio, el vacío de cemento de la calle y el horizonte apenas iluminado por las luces de ciudad. Se perdió en sus adentros y empezó a soñar despierta, en su mente pensaba en cosas que no existían, modificó su propia realidad y el mundo entero a placer, desde el cuarto que la contenía y hacia el infinito.

Las noches siguientes, Joaquín se daba cuenta de que Rosa se levantaba y se negaba al sueño. Rosa, detrás de la ventana, en el cuarto de los silencios, pensaba poco y soñaba mucho despierta, hasta que decidió que quería programar sus sueños para que éstos no fueran una crueldad al despertar. Entonces se imaginaba cosas menos tristes, casi alegres, no que el marido estuviera tullido para la eternidad en esa cama, ni que sus hermanos hubieran muerto. Pensaba en la Rosa joven, la que era la más hermosa de sus amigas, y en su esposo emprendedor, el gallardo, el tierno. El del rostro varonil y perfecto. A veces pensando en eso sonreía. Sabía que si se esforzaba lograría conciliar el sueño y soñar dormida lo que había ideado despierta; así pasó Rosa algunas noches encontrando el vacío a través de la ventana y llenándolo con las imágenes que le gustaba recrear y a veces, también pensaba en un futuro más agradable. El gris del paisaje externo se pintaba de colores cálidos y el lugar donde alguna vez había crecido el pasto se recreaba lleno de flores y luz.

Luego de unas noches ilusoriamente perfectas en donde lo imaginado se continuaba en el sueño, la realidad también se convirtió en una broma cruel. Casi como le había pasado en la revelación de junio, Rosa despertó agitada pues estaba metida en un sueño maravilloso que había sido interrumpido por el sonido de un camión que pitaba cerca de la ventana. Se sintió triste. El sonido inconfundible de un claxon la llevó al momento exacto en el que Joaquín había tenido el terrible accidente que lo había dejado así. Rosa estaba sudando y lloraba sin control. En un intento por regresar al sueño volteó la cara para ver a Joaquín. Hacerlo fue devastador. En ese instante, como si el tiempo no hubiera pasado, se dio cuenta de lo evidente: que el sueño se había convertido en el cobarde refugio donde su marido se encontraba perfecto. Rosa supo que al despertar la realidad habría de imponerse, lo miró cual era ahora: flaco, enfermizo, con esa gran cicatriz en la mejilla que le quedó sin esperanza de atenuarse siquiera. No pudo ahogar el sonido de su llanto en aumento. ¿Qué te pasa?, le dijo Joaquín. Sollozando no supo contestar ante esa escena que la aplastaba. El marido, sin percatarse, simplemente la regañó por ser tan tonta. Rosa no sabía si contarle lo que había soñado, decirle te soñé como eras antes, cuando éramos felices, también compartirle que esa noche no había visto ni hormigas ni muerte sino su rostro de antaño. Rosa prefirió callar. En el mutismo impuesto por sí misma, Joaquín pronunció una frase que se quedó en el aire como sentencia, lo que necesitas es tener algo que te entretenga, lo que sea que te saque de la cabeza esas manías y obsesiones.

Rosa lloró en silencio todos los días y sus noches por semanas y tuvo terror a quedarse dormida de nuevo. Regresaron las visitas a la ventana vacía a la media noche, hasta que de pronto, en un momento en que el marido roncaba ruidosamente, Rosa encontró otra forma de salvarse. Concluyó que la única forma de continuar con el sueño aún estando despierta era dejar que éste tomara el control de su vida. De modo que hizo que el sueño se trasladara a la realidad al punto en que ya no había diferencia consciente entre lo que era onírico y lo que no. Se dejó llevar a voluntad por la locura y en silencio, como siempre, decidía lo que quería vivir. Entonces imaginó otro mundo real: Joaquín y ella tomados de la mano mientras él la miraba con la fortaleza ausente de melancolía.

Joaquín determinó que ese delirio pasaría con el tiempo, igual que todo pasaba sin quedarse en sus vidas para siempre y se convencía de no otorgarle importancia alguna a los arranques absurdos de su mujer, pero en el fondo sabía que Rosa estaba perdiendo la razón y le preocupaba. Aunque lo que más le angustiaba no era eso sino el hecho de que al estar loca y delirante, se encontraba más feliz, rotunda y bella. Ya no había llantos nocturnos ni insomnios, tampoco visitas angustiosas a la ventana o agitaciones por las pesadillas. Rosa dormía profundamente y se levantaba de buen humor. Fue entonces, en una de las extrañas veces en que la escuchó hablar dirigiéndose al hombre que él ya no era, que Joaquín empezó a comprenderlo todo y se tomó la molestia de escucharla con atención. Es que tú andas muy mal, Joaquín, vístete y levántate que mis hermanos van a venir a comer. Y Joaquín la miraba aún con incredulidad ante el delirio pero con ganas de dejarse llevar por él. Es que estás loca, le decía, y ella contestaba sonriendo que sí, que era la locura la que la tenía atrapada y que así estaba bien. Joaquín continuó con los gritos efusivos seguidos por la más fría indiferencia hacia su esposa.

Oye Joaquín, cuéntame, cómo son esos sueños que tienes, ¿te acuerdas?, esos que decías que eran muy feos. Joaquín no soñaba hormigas pero deambulaba la presencia de la muerte. En sus sueños había ríos de sangre que lo ahogaban y precipicios interminables a los que caía. Miró a su esposa con miedo, pero aún quiso seguir en la misma postura. Es que estás loca, loca, le dijo con una voz que dudaba entre la desesperación y la verdad. Sí, si no estuviera loca ya no podría estar viva. Eso fue lo último que dijo Rosa antes de que Joaquín pensara que, de hecho, él ya no había tenido tampoco esos sueños horribles y de que luego se decidiera, un poco de manera inconsciente, a optar por la locura. Mira qué bonito el jardín afuera, Joaquín. Y Joaquín advertía que afuera todo era desierto y gris, pero miró la cara de su mujer, encontrándola un poco más joven y tranquila, le sonrió y sin dudar le dijo: Sí, muy bonito. ¡Mira cuántas flores se ven por allá!


Music on: Lullaby - The Cure
Quote: "Los escritores se dividen en aburridos y amenos. Los primeros reciben también el nombre de clásicos" José Antonio Ramos Sucre
Reading: El huésped - Guadalupe Nettel