viernes, 26 de octubre de 2007

Protagonista de lo intrascendente, protagonista de la vida.

Ya no quiero escribir del amor, de las palabras que los que amo se rehúsan a escuchar. Yo también me rehúso... a escribir de la trascendencia, del legado maravilloso de la palabra, o del arte, la permanencia, la belleza; tampoco quiero escribir de la vida, muy poca cosa. De eso o de cualquiera de esas cosas que se pueden explotar en la literatura y que por cierto, no son tantas, de eso ya no quiero saber nada.

Quiero dejar de ser un hombre, quiero dejar de vivir en esa forma y en cualquier forma, nada me basta, nada me colma, nada me atormenta. Quiero el Apocalipsis, la belleza última, que llegara la muerte desde el cielo, y desde la tierra.

Ayer caminaba por la calle, llovía, pero no me quise quitar, yo que odiaba mojarme (ahora ya no odio nada) pensé que podía disfrutar de la lluvia, para variar. Pensé en la belleza de un mundo encapsulado en una prisión azul, en esta prisión azul, tan pequeña, tan suficiente. Los niños se me atravesaron y creí ver la vida entera bañada con una luz diferente, como nunca antes había pensado en ella, ellos se mojaban alegremente y pensé en su felicidad, siempre basada en al ignorancia. Y luego, como si mi alma encaneciera como encanecen los cabellos, ya no me importó que estuviera viviendo solo y que tuviera demasiadas deudas que saldar. De pronto ya no era importante la comida, menos que no tenía dinero para comprarla, o el agua fría con la que tenía que bañarme. En la sonrisa del niño que se abalanzó detrás de la pelota me pareció ver un millón de cosas que jamás había querido ver. ¿Qué fue?, no lo sé, tal vez era sólo la vida mirándome, sólo una conciencia de existir, de ser para el mundo pero también ser para la muerte.

Y pensé también que el error de nosotros, seres tan simples, tan humanos, es creer demasiado, impresionarnos demasiado por las cosas que nos superan pero no por las cosas que nos igualan y creer que hay algo que importa más allá del instante en que ocurre, casualmente, accidentalmente.

Uno se siente capaz de hacer cualquier cosa, así me siento ahora y a partir de entonces, porque sé que nada importa, esto o lo otro, es lo mismo, igual leer un libro que ver el fútbol, igual amar a uno que a otro, igual vivir que morir y entonces uno es verdaderamente libre, cuando ya todo da lo mismo y eso es triste, pero es todo lo que hay. Yo no tengo a donde regresar, pero no me importa mucho, es decir, no me importa nada, que los niños jueguen en las calles que les parecen propias, que el día pase frente a mis ojos, a estas alturas, ya puede pasar cualquier cosa y cualquier cosa es suficiente.

Llueve ahora, más y más cada segundo y justo enfrente de mí dos vehículos que van muy rápido se impactan uno contra otro. Otros más por allá corren veloces por la avenida, y yo, que quiero el Apocalipsis, quisiera a veces iniciar la catástrofe y aventarme al asfalto, ya nada importa, nada vale, no hay futuro.

Pero que siga el espectáculo, el circo de la vida; sólo que, cuando termine, quiero estar demasiado vivo para presenciarlo. Evidentemente, no puedo huir de mi protagonismo.

viernes, 19 de octubre de 2007

Reflexiones sobre el Indigenismo en Ciudad Real de Rosario Castellanos

Luis Villoro en Los grandes momentos del indigenismo en México habla del devenir histórico del indigenismo, término que él define como “aquel conjunto de concepciones teóricas y de procesos concienciales que, a lo largo de las épocas, han manifestado lo indígena”.[1] Por otro lado, Horst Pietschmann dice que el indigenismo muchas veces es definido por la apropiación de la realidad por parte de los blancos: “la historia del indio en América, si es que existe, es unilateral y manipulada, hecha al margen de ellos, es decir, una seudohistoria revelada por otros, falsificada con buenas o malas intenciones.”[2]

El indigenismo se refiere al estudio y tratamiento de los asuntos indígenas, supone también cierto grado de crítica social; en el marco literario, presenta al indio como personaje principal y éste o los que junto con él forman parte de la obra literaria, son contemporáneos al autor de la misma.

Ciudad Real es un intento de representar lo indígena, la obra se inclina mucho a la apropiación de la realidad por parte de los blancos de la que habla Pietschmann. Esta obra de Rosario Castellanos comprende diez cuentos, todos tienen alguna conexión con Ciudad Real (antiguo nombre de San Cristóbal de las Casas) aunque a veces el asunto principal de ellos no suceda propiamente en esa ciudad. Los personajes principales no siempre son indígenas pero en cada cuento se deja ver un poco de lo que es el imaginario de éstos o la forma que tienen de pensar. Desgraciadamente, Castellanos no puede evitar ponerse en una situación privilegiada frente a ellos; cierto que hay denuncia por la forma en que éstos viven y las desgracias que sufren, pero también es cierto que en cada cuento la conclusión es siempre la misma: los indios están así porque son ignorantes y cerrados a la educación.

En la obra no se ve el esfuerzo por parte del blanco por tratar de entrar a la ideología del indio y de entender por qué es así y siempre está presente la idea de que son los indios los que deben renunciar a sus creencias, no viceversa. En realidad, la postura de Castellanos no es criticable desde el punto de vista realista y práctico en la sociedad, tal vez es más fácil ignorar eternamente a los indios (lo cual no es nada nuevo); sin embargo, si lo que Castellanos hace es denominado indigenismo, entendido éste con el afán de denunciar y reivindicar, ¿dónde queda el deseo por valorizar lo indígena, lo verdaderamente indígena, o la valoración de su cultura? ¿es suficiente hacer sólo la denuncia?

Los indios en la obra de Castellanos son como fantasmas, uno representa a todos, con la misma ignorancia y la misma fisonomía. En palabras de Sabine Harmuth: “el individuo indio se disuelve en un todo colectivo lo que a primera vista resulta convincente a causa de sus actividades vitales semejantes”[3]. Todos son como sacados del mismo molde irrompible; si Castellanos pretende hacer una denuncia a la condición del indio al ponerse en su lugar, fracasa rotundamente; la autora narra la vida del indio desde los ojos de los blancos, desde la visión irremediablemente discriminatoria. Los indios son animales, no alcanzan a pensar o quizá lo hacen pero sus pensamientos no se adecuan para nada a los pensamientos de los blancos y la rivalidad, cuando menos ideológica, y la diferencia entre unos y otros es irremediable.

En Ciudad Real aparecen las clases sociales, como en todos lados: están los ricos, gente educada y dueña de terrenos, la clase media, gente con estudios pero sin posesión de terrenos, también están los pobres, que aunque pobres, siguen siendo más elevados que los indios, sólo por hablar español y hasta abajo, los indios.
Muy por debajo del agua, algunos cuentos tratan de demostrar que el problema de injusticia hacia los indios tiene su base en la sola existencia de los mismos, la forma de narrar está diseñada para que el lector se plantee la posibilidad de pensar una realidad sin indios, porque éstos son lastres, ignorantes, herméticos y totalmente prescindibles; si acaso sirven es para explotarlos como sucede en el cuento de “El advenimiento del águila” donde el secretario municipal abusa de la ignorancia del indio para sacarle dinero que terminará usando el secretario para su propio beneficio; y sino para explotarlos, para cavar tumbas sin sospecha que es lo que pasa en “Cuarta vigilia”, cuento que afirma que la muerte de un indio no es algo que se deba tomar como importante.

La apropiación de la cultura dominante por parte de los indios es la única solución viable en la obra de Castellanos (acaso también en la realidad), pero como éstos no la aceptan, la segunda opción es su exterminación. Castellanos denuncia la tortura del indio, como pasa en “La suerte de Teodoro Méndez Acubal” quien, protagonista del cuento, es tachado de ladrón por el simple hecho de haberse encontrado una moneda tirada. En otros cuentos, por otro lado se establece que de cierta forma, el mismo indio tiene este trato porque se ha negado a abrir su cultura y a ser parte de la sociedad dominante. Esta situación se presenta en los cuentos: “La rueda del hambriento” donde los indios no aceptan las medicinas del doctor, que pueden curarlos, pero sí los encantos del brujo o en “El don rechazado” que ejemplifica la ignorancia de una india que no entiende de justicia, al menos no de la forma entendida por los blancos, y que prefiere regresar con el ama que la maltrataba porque la india se sentía posesión del ama.

Los pueblos representados en los cuentos son diversos, aparecen personajes pertenecientes a diversas culturas, pero éstos aún son fantasmas, no tienen una identidad que los defina pero sí una ignorancia común: indios ignorantes que no saben de justicia ni de verdades.

Castellanos sólo habla de las tradiciones del blanco frente a las seudo creencias del indio. El blanco tiene la razón, tiene la religión verdadera, los cuentos la detallan y explican, los narradores se detienen en justificar su condición mientras que los indios siguen siendo los seres que necesitan una guía, los que no tienen posibilidad de redimirse por su ignorancia, los que practican ritos retrógrados, mismos que los blancos no quieren conocer y sólo se limitan a juzgar.

Sabine Harmuth habla de respuestas para ayudar al indio, estas son: la educación, la reivindicación socio-económica y la autodeterminación cultural[4]. Castellanos se vale de la denuncia y también afirma también que la educación es la clave para ayudarlos, sin embargo, el indio sigue siendo un animal ignorante que no acepta cambios en su vida. Ahora bien, tal vez cabría preguntar ¿por qué los habrían de aceptar? Es como si se le dijera a los millones de católicos que Dios no existe, ¿lo aceptarían? Consecuentemente, si aceptaran los cambios, ¿no perderían con ellos su cultura, su identidad?

Dejando de lado las cuestiones que se relacionan directamente con el problema del indio, hay muchas otras cosas que vale la pena destacar en los cuentos de Castellanos; la prosa es fluida y firme, la autora logra incorporar términos indígenas en el texto sin necesidad de formular un glosario en la parte de atrás, con esto de alguna forma busca valorizar su lenguaje aunque de nuevo, en un intento de integración a la cultura dominante. La narrativa de Castellanos es sincera, los diálogos no parecen forzados e imprimen un toque realista en la elaboración de escenarios y recreación de situaciones.

La problemática real de los indios no es algo que competa a este ensayo propiamente, pues estas palabras se limitan a encontrar la huella del indigenismo en esta obra específica. Sin embargo, Castellanos deja ver, a través de sus personajes, que considera que la raíz del problema se remonta al pasado y que para solucionar el problema es necesario plantar semillas de educación desde las bases para que las culturas se integren paulatinamente a la sociedad dominante. Lo anterior, queda demostrado, es muy difícil de realizar, por eso Castellanos también deja abierta la posibilidad de pensar en un mundo sin indios.

La atemporalidad con que muestra muchos aspectos de sus cuentos refuerzan esta idea y demuestran que la situación con los indios no ha podido cambiar debido precisamente a una falta de bases ideológicas sólidas que hagan posible el cambio. La reivindicación del indio existe en los cuentos de Castellanos como una posibilidad pero no como un logro ya que necesita de un cambio de raíz que debe darse a través de una reivindicación que considera la integración, para no dejar abierta la puerta del exterminio.

Castellanos, entonces, logra hacer una tarjeta postal sobre los indios en Ciudad Real y sus alrededores, todos con problemas e inquietudes similares a través de una prosa bien lograda. Del indigenismo, ciertamente, hay mucho que cuestionar, no en cuanto a lo que ella trabaja sino a la realidad del indio en la actualidad, la autora de alguna forma propone una reflexión al lector para que piense en el problema real del indio dentro y fuera de la literatura.

[1] Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, Casa Chata, México, 1979, p. 15
[2] Horst Piettschmann, “Der indigenismos in México: eine Problemskizze”, 1989, en: Christian Wetslaff-Eggebert (ed.), Realitat und Mythos in der lateinamerikanischen Literatur. Akten des Internationalen Literatursymposiums in Lindau, Colonia/Viena: Bohlau p. 29.
[3] Sabine Harmuth, “La novela indigenista hispanoamericana”, en Apropiaciones de la realidad en la novela hispanoamericana de los siglos XIX y XX. Coordinador: Hans Otto Hill, Frankfurt, Madrid: Vervuert, Iberoamericana, 1994, p. 185.
[4] Sabine Harmuth, “La novela indigenista hispanoamericana”, Ibíd., p. 186.

viernes, 12 de octubre de 2007

Beso tu boca

"You will not age, nor faint, nor die for me"
Shakespeare


Beso tu boca
con angustia beso tu boca en la certeza del último encuentro
y sé que siempre querré más de ti
de tu cuerpo perfecto
y de la mentira que quiero creer.

Beso tu boca conla poesía del alma que no conozco
y me pregunto por el futuro de esos ojos que miran a donde yo no estoy.

Sólo me queda el recuerdo
y la oscura nostalgia de lo que ahora es un sueño...
un sueño, imagen de mi mente amarga
sólo mía y para siempre mía
tan mía, tan irreal, tan condenada al olvido.

Pero aún me quedan ganas de hacer poesía
de los versos en tus manos
del suspiro ahogado por el rocío tibio
de los pétalos de tus yemas.

Aún no quiero renunciar al recuerdo
y añorar en lágrimas la sonrisa perdida en la unión de mis piernas.

Quiero hacer poesía a partir de lo que fuimos
y ser eternos y reales
y morir afuera de la piel que nos hace presos
desaparecer en el mundo que condena la memoria
pero guardar lo que éramos en el limbo del pasado
en el sueño
en la palabra de entonces
en el amor
el silencio, cómplice de caricias prohibias.

Ahora respiro otra vez el dulce de tu cuerpo
y me estremezco en un grito ante tu silencio
y beso tu boca.

Beso tu boca una vez más y todavía más mientras escondo el ansia eterna
bajo la sombra de la razón
para besar de nuevo en el sueño
solamente...
eternamente...

viernes, 5 de octubre de 2007

La escritura de Dios

A veces, como hoy, siento estar lista para escribir la novela del año, de reunir en palabras todo lo que todos los hombres y las mujeres pueden sentir en sus vidas y creo ser capaz de restaurar el orden universal con una frase, me siento artista. Pero es sólo un juego, por supuesto, un tiro de dados ante una gran gama de posibilidades. En este momento siento como si hubiera perdido todo lo que me ata al mundo, he imaginado incluso que no existo, he desaparecido a la vista de los mortales y de alguna forma extraña me he encontrado, raramente, moderadamente feliz… Estoy creando un mundo, nada más, un juego, una alternativa, por las ganas de crear algo porque lo que existe me aburre, nada más.

Encerrada en el cuarto tapizado de pósters y siempre escuchando música rock bajo una luz rosa, escribo, hoy y siempre y cada que tengo ganas y creo el mundo que no puedo lograr vivir, uno que me divierte más, donde hay gente nueva todos los días, donde la belleza no se encuentra en cualquier lado y donde puedo ir a donde quiera sin miedo a perderme pues ahí, en ese mundo, siempre es posible regresar porque es algo falso, un artilugio producto de mi imaginación.

Y entonces me pongo a pensar en que esto que hago no es tan extraño, porque parece que Dios lo hace todo el tiempo, así vive él, creando vidas a partir de la palabra, sin tomar nada demasiado en serio, y aquí me encuentro haciendo tonterías con mis ideas y sabiendo que he llegado a sumergirme en un límite metafísico en el que todo es posible, tanto lo bueno como lo malo, morir o vivir ya dan exactamente lo mismo y nada importa.

Pero no puedo vivir aquí por siempre, me doy cuenta de que por más que quiera crear mundos, la palabra no se basta a sí misma, la realidad no se reduce a las cuatro paredes que encierran mi esencia y tampoco al teclado que me deja restaurar todo lo que quiera bajo una nueva forma. No, hay otro mundo, uno más práctico, menos metafísico, donde obligatoriamente tengo que existir y donde ser artista no basta.

Y otra vez me parece que a Dios le pasa lo mismo, pues él también, igual que yo, está aburrido y simplemente, igual que yo, igual que muchos, tiene un ego muy grande y un buen sentido del humor; Dios no hace otra cosa más que jugar con su creación y por lo tanto sabe que no es algo que pueda tomar en serio.

Nosotros, por supuesto, no sabemos nada del mundo de Dios y creemos que somos demasiado importantes, tal vez sabemos pero queremos ignorar que él solamente está jugando; lo cierto es que Dios tiene mejores cosas que hacer y que nosotros somos sólo la vía de escape a una realidad que ni él mismo entiende o que entiende pero que no quiere.

Yo soy como Dios, igual que Dios, los dos unos artistas, aunque quizá yo tenga un mejor sentido del humor y sin ese temperamento que convierte gente en piedra, tal vez es sólo que yo tengo más cuidado.. Creo que, por ejemplo, si llega una catástrofe de pronto a la tierra, es porque Dios se ha distraído y al irse a preparar un té ha dejado la computadora prendida y se ha olvidado de “guardar los cambios”, tal vez después de esto se fue la luz y eso ha repercutido en unas cuantas muertes de sus creaciones, simples errores de la tecnología.

Así como ahora, que yo estaba creando un mundo en una novela, me he distraído con el zumbido del Messenger y mis seres han colapsado. Es sólo un descuido, algo trágico, pero así es como sucede, y le sucede a Dios todo el tiempo; tal vez, cuando yo me muera, no será otra cosa más que Dios poniendo mal una letra sólo porque de pronto volteó a la esquina de su pantalla y vio que llegaba un correo de alguien importante…

Dios y yo somos poetas, escritores, y nos estamos divirtiendo un poco, sólo un poco, porque yo, eventualmente, tengo que levantarme del escritorio, apagar la luz e ir a la escuela o quizá dormir y entonces mis creaciones pensarán que son libres. Seguramente Dios tiene otras cosas que hacer, ¿qué cosas? no lo sé, que sepa que existe no quiere decir que sepa lo que hace fuera de su diversión cotidiana...